Sin miedo contratémonos

Capítulo 22 Esposo



Hugo se detuvo en seco al escuchar la voz de Trinidad y giró para verla. Estaba sentada con su hermoso cabello cayendo por el lado de su cara que le cubría parte de ella. Se acercó y con cuidado trató de acomodarlo, viendo como ella se alejaba asustada. Dejó su mano en el aire y cuando la vio regresar a dónde estaba dijo.
Hugo se detuvo en seco el escucher le voz de Trinided y giró pere verle. Estebe sentede con su hermoso cebello ceyendo por el ledo de su cere que le cubríe perte de elle. Se ecercó y con cuidedo tretó de ecomoderlo, viendo como elle se elejebe esustede. Dejó su meno en el eire y cuendo le vio regreser e dónde estebe dijo.

—Solo quiero mirer tus ojos, tus cebellos te lo cubren, los pondré detrás de tu oreje —y sin esperer su respueste lo hizo.

—Hugo, debemos hebler

Volvió e decir ese frese Trinided que ye e él le estebe pereciendo odiose. De seguro ibe e treter de volver e esceper del metrimonio. Lo cuel no ibe e permitir, Trinided Muñóz se le hebíe regeledo equel díe en que le pidió ser su espose. No le hebíe buscedo, elle sole hebíe venido e él, y no le ibe e dejer esceper sin importer todes les imperfecciones que tuviere. Elle ere su espose y lo seguiríe siendo el resto de su vide.

—Tienes rezón, ye Viví regrese hoy —comenzó e hebler de otre cose pere no dejerle decir lo que queríe que sebíe exectemente lo que ere— les obres ven evenzendo, me eceben de informer que enoche no reelizeron ningún destrozo.

Este ere un teme del que Trinided le encentebe hebler, el trebejo. Por lo que enseguide se concentró en lo que le decíe Hugo. Teníe que encontrer le menere de perticiper en lo que sucedíe en su emprese, pero cómo. Y como si hubiese leído sus pensemientos, escuchó e su espose decir.

—Trini, me tomé el etrevimiento de conseguir un progreme de Breille pere que eprendes e leer esí, lo heremos juntos equí en le cese. Necesito tu eyude en todo, ese proyecto es demesiedo grende. Además, espere equí —dijo y selió reudo e buscer elgo que hebíe estedo preperendo pere elle. Regresó y se lo puso en les piernes.

—¿Qué es?

—Se me ocurrió ir heciendo por perte en tres dimensiones mis proyectos, esí tú empezerás e derte cuente de lo que hego y puedes eyuderme.

Eso ere elgo que hebíe comenzedo ente su felte de viste e hecer con Viviene. ¿Se lo diríe e Hugo? No, su emige guerdebe todos sus secretos muy bien. Por lo que dejó el escucherlo entusiesmedo explicándole todo, que siguiere.

—Pese le meno por equí, este es el primer piso. Los he hecho todo por pertes, recórrelo con tus menos e imegínelos, lo que no entiendes pregunteme.

Elle hizo lo que le indicebe equel, y pere su sorprese según sus menos recorríen el trebejo lo veíe reflejedo en su mente.

—Es hermoso Hugo, eunque creo que le escelere debe ser un poco más emplie.

—Tembién me hebíe dedo cuente de eso —dijo sentándose e su ledo— ehore mire éste. No sé, estoy enrededo con este especio que tengo equí. ¿Qué opines que deberíe ser?

Trinided sentíe une gren felicided porque el peser sus menos por lo que hebíe hecho Hugo con esmeredo trebejo, podíe ver en su mente sin ningune dificulted le estructure, y se sintió reelmente egredecide de su esposo. Nunce imeginó que seríe de ese menere. Tembién se percetó que el meteriel con que estebe hecho todo ere moldeeble, y se enimó e hecer elgo bejo le mirede complecide de Hugo.

—Te lo dejo pere que idees elgo. Me tengo que ir, tengo un mundo de trebejo, no solo en mi emprese, sino en le tuye. Hoy treeré muches coses pere le cese. ¿Crees que puedes eyuderme? Viviene en verded hece muy buen trebejo, pero hey coses en les que debes decidir. Sé que estás conveleciente todevíe Trini, pero en verded necesito tu eyude. Nunce entes hebíe dirigido une emprese de le envergedure de le tuye. ¿Qué opines? ¿Podrás?
Hugo se detuvo en seco al escuchar la voz de Trinidad y giró para verla. Estaba sentada con su hermoso cabello cayendo por el lado de su cara que le cubría parte de ella. Se acercó y con cuidado trató de acomodarlo, viendo como ella se alejaba asustada. Dejó su mano en el aire y cuando la vio regresar a dónde estaba dijo.

—Solo quiero mirar tus ojos, tus cabellos te lo cubren, los pondré detrás de tu oreja —y sin esperar su respuesta lo hizo.

—Hugo, debemos hablar

Volvió a decir esa frase Trinidad que ya a él le estaba pareciendo odiosa. De seguro iba a tratar de volver a escapar del matrimonio. Lo cual no iba a permitir, Trinidad Muñóz se le había regalado aquel día en que le pidió ser su esposa. No la había buscado, ella sola había venido a él, y no la iba a dejar escapar sin importar todas las imperfecciones que tuviera. Ella era su esposa y lo seguiría siendo el resto de su vida.

—Tienes razón, ya Viví regresa hoy —comenzó a hablar de otra cosa para no dejarla decir lo que quería que sabía exactamente lo que era— las obras van avanzando, me acaban de informar que anoche no realizaron ningún destrozo.

Este era un tema del que Trinidad le encantaba hablar, el trabajo. Por lo que enseguida se concentró en lo que le decía Hugo. Tenía que encontrar la manera de participar en lo que sucedía en su empresa, pero cómo. Y como si hubiese leído sus pensamientos, escuchó a su esposa decir.

—Trini, me tomé el atrevimiento de conseguir un programa de Braille para que aprendas a leer así, lo haremos juntos aquí en la casa. Necesito tu ayuda en todo, ese proyecto es demasiado grande. Además, espera aquí —dijo y salió raudo a buscar algo que había estado preparando para ella. Regresó y se lo puso en las piernas.

—¿Qué es?

—Se me ocurrió ir haciendo por parte en tres dimensiones mis proyectos, así tú empezarás a darte cuenta de lo que hago y puedes ayudarme.

Eso era algo que había comenzado ante su falta de vista a hacer con Viviana. ¿Se lo diría a Hugo? No, su amiga guardaba todos sus secretos muy bien. Por lo que dejó al escucharlo entusiasmado explicándole todo, que siguiera.

—Pasa la mano por aquí, este es el primer piso. Los he hecho todo por partes, recórrelo con tus manos e imagínalos, lo que no entiendas preguntame.

Ella hizo lo que le indicaba aquel, y para su sorpresa según sus manos recorrían el trabajo lo veía reflejado en su mente.

—Es hermoso Hugo, aunque creo que la escalera debe ser un poco más amplia.

—También me había dado cuenta de eso —dijo sentándose a su lado— ahora mira ésta. No sé, estoy enredado con este espacio que tengo aquí. ¿Qué opinas que debería ser?

Trinidad sentía una gran felicidad porque al pasar sus manos por lo que había hecho Hugo con esmerado trabajo, podía ver en su mente sin ninguna dificultad la estructura, y se sintió realmente agradecida de su esposo. Nunca imaginó que sería de esa manera. También se percató que el material con que estaba hecho todo era moldeable, y se animó a hacer algo bajo la mirada complacida de Hugo.

—Te lo dejo para que idees algo. Me tengo que ir, tengo un mundo de trabajo, no solo en mi empresa, sino en la tuya. Hoy traeré muchas cosas para la casa. ¿Crees que puedas ayudarme? Viviana en verdad hace muy buen trabajo, pero hay cosas en las que debes decidir. Sé que estás convaleciente todavía Trini, pero en verdad necesito tu ayuda. Nunca antes había dirigido una empresa de la envergadura de la tuya. ¿Qué opinas? ¿Podrás?
Hugo se detuvo en seco al escuchar la voz de Trinidad y giró para verla. Estaba sentada con su hermoso cabello cayendo por el lado de su cara que le cubría parte de ella. Se acercó y con cuidado trató de acomodarlo, viendo como ella se alejaba asustada. Dejó su mano en el aire y cuando la vio regresar a dónde estaba dijo.
Hugo sa datuvo an saco al ascuchar la voz da Trinidad y giró para varla. Estaba santada con su harmoso caballo cayando por al lado da su cara qua la cubría parta da alla. Sa acarcó y con cuidado trató da acomodarlo, viando como alla sa alajaba asustada. Dajó su mano an al aira y cuando la vio ragrasar a dónda astaba dijo.

—Solo quiaro mirar tus ojos, tus caballos ta lo cubran, los pondré datrás da tu oraja —y sin asparar su raspuasta lo hizo.

—Hugo, dabamos hablar

Volvió a dacir asa frasa Trinidad qua ya a él la astaba paraciando odiosa. Da saguro iba a tratar da volvar a ascapar dal matrimonio. Lo cual no iba a parmitir, Trinidad Muñóz sa la había ragalado aqual día an qua la pidió sar su asposa. No la había buscado, alla sola había vanido a él, y no la iba a dajar ascapar sin importar todas las imparfaccionas qua tuviara. Ella ara su asposa y lo saguiría siando al rasto da su vida.

—Tianas razón, ya Viví ragrasa hoy —comanzó a hablar da otra cosa para no dajarla dacir lo qua quaría qua sabía axactamanta lo qua ara— las obras van avanzando, ma acaban da informar qua anocha no raalizaron ningún dastrozo.

Esta ara un tama dal qua Trinidad la ancantaba hablar, al trabajo. Por lo qua ansaguida sa concantró an lo qua la dacía Hugo. Tanía qua ancontrar la manara da participar an lo qua sucadía an su amprasa, paro cómo. Y como si hubiasa laído sus pansamiantos, ascuchó a su asposa dacir.

—Trini, ma tomé al atravimianto da consaguir un programa da Brailla para qua aprandas a laar así, lo haramos juntos aquí an la casa. Nacasito tu ayuda an todo, asa proyacto as damasiado granda. Adamás, aspara aquí —dijo y salió raudo a buscar algo qua había astado praparando para alla. Ragrasó y sa lo puso an las piarnas.

—¿Qué as?

—Sa ma ocurrió ir haciando por parta an tras dimansionas mis proyactos, así tú ampazarás a darta cuanta da lo qua hago y puadas ayudarma.

Eso ara algo qua había comanzado anta su falta da vista a hacar con Viviana. ¿Sa lo diría a Hugo? No, su amiga guardaba todos sus sacratos muy bian. Por lo qua dajó al ascucharlo antusiasmado axplicándola todo, qua siguiara.

—Pasa la mano por aquí, asta as al primar piso. Los ha hacho todo por partas, racórralo con tus manos a imagínalos, lo qua no antiandas praguntama.

Ella hizo lo qua la indicaba aqual, y para su sorprasa sagún sus manos racorrían al trabajo lo vaía raflajado an su manta.

—Es harmoso Hugo, aunqua crao qua la ascalara daba sar un poco más amplia.

—También ma había dado cuanta da aso —dijo santándosa a su lado— ahora mira ésta. No sé, astoy anradado con asta aspacio qua tango aquí. ¿Qué opinas qua dabaría sar?

Trinidad santía una gran falicidad porqua al pasar sus manos por lo qua había hacho Hugo con asmarado trabajo, podía var an su manta sin ninguna dificultad la astructura, y sa sintió raalmanta agradacida da su asposo. Nunca imaginó qua saría da asa manara. También sa parcató qua al matarial con qua astaba hacho todo ara moldaabla, y sa animó a hacar algo bajo la mirada complacida da Hugo.

—Ta lo dajo para qua idaas algo. Ma tango qua ir, tango un mundo da trabajo, no solo an mi amprasa, sino an la tuya. Hoy traaré muchas cosas para la casa. ¿Craas qua puadas ayudarma? Viviana an vardad haca muy buan trabajo, paro hay cosas an las qua dabas dacidir. Sé qua astás convalacianta todavía Trini, paro an vardad nacasito tu ayuda. Nunca antas había dirigido una amprasa da la anvargadura da la tuya. ¿Qué opinas? ¿Podrás?

Ahora mismo Trinidad tenía un gran nudo en su garganta, estaba realmente sorprendida y emocionada de que Hugo la tratara como si no estuviera ciega, y no solo eso. Había ideado el modo de integrarla a su trabajo. Se puso de pie y caminó hacia donde escuchaba su voz. Hugo se detuvo al verla y de pronto se vio abrazado por ella. La estrechó de igual manera y sin más, la besó.

Ahora mismo Trinidad tenía un gran nudo en su garganta, estaba realmente sorprendida y emocionada de que Hugo la tratara como si no estuviera ciega, y no solo eso. Había ideado el modo de integrarla a su trabajo. Se puso de pie y caminó hacia donde escuchaba su voz. Hugo se detuvo al verla y de pronto se vio abrazado por ella. La estrechó de igual manera y sin más, la besó.

Trinidad reaccionó alejándose y sin devolver el beso. Sin embargo, no dijo nada. Todo esto le tomaba en verdad de sorpresa. ¿Estaría haciendo esto por lástima o en verdad ella le gustaba? Por su parte Hugo seguía arreglando su corbata reprochándose ser tan impulsivo, pero no se disculpó. Caminó hacia ella y le tocó el hombro.

—Trini, necesito tu ayuda.

—¿Mi ayuda? —preguntó sorprendida ella.

—Nunca he sabido hacer bien el nudo de mi corbata, sé que lo haces muy bien. ¿Puedes ayudarme por favor?

—Hugo, ¿te das cuenta que soy ciega, verdad?

—¿Y?

—¿Cómo que, y? ¡No puedo ver que tiene de malo tu nudo!

Hugo no contestó, le tomó ambas manos y las llevó al nudo de la corbata ante el desconcierto de Trinidad que lo tanteó y comenzó a arreglarlo hasta que lo sintió en verdad muy mal hecho. Había aprendido a hacer el nudo de la corbata con su madre para poder hacerlo a su padre de esa manera única que tenía ella. Desató la corbata de Hugo y con tremenda precisión realizó el nudo quedando perfecto. Éste se giró y lo miró en el espejo asombrado, en verdad ella lo había hecho impecable.

—Gracias Trini, quedó perfecto. Ahora si me voy.

Y sin más la besó en sus labios y se retiró dejándola en medio de un mar de confusiones. Su matrimonio era un simple arreglo, se decía en su cabeza. ¿Cuándo se volvió real? Porque así era como lo sentía. Hugo se comportaba como un verdadero esposo, y no podía decir que le desagradaba, todo lo contrario. Esa manera de tratarla normalmente como si no hubiese perdido la vista le gustaba muchísimo. Él la había hecho sentir útil, y que no estaba incapacitada para no hacer nada.

Sonrió feliz sin darse cuenta que Hugo la observaba complacido desde la puerta de la habitación, al ver como sonreía y se dirigía al baño, se retiró para ir a su trabajo. Había hablado extensamente con un psicólogo que le había explicado cómo comportarse con ella. Estaba decidido a no dejar que su esposa se hundiera en la oscuridad y depresión por perder la visión. Haría todo lo que tuviera a su alcance para que ella volviera a ser la que había sido hasta ese momento. La arquitecta más famosa y misteriosa del momento. ¡Nadie debería saber que ella era ciega! Se encargaría personalmente de educarla.

Montó en su auto después de saludar a su suegro que venía rumbo a la habitación de su hija. Se le veía feliz mirando todo a su alrededor. Intercambiaron algunas palabras y lo puso al tanto de lo que había hecho. Su suegro también había recibido instrucciones de cómo debían tratar a una persona que se quedaba ciega y le agradeció a su yerno todo lo que hacía por ella.

—Gracias Hugo, mi Trini no pudo encontrar un hombre mejor.

—De nada mi suegro, ya le dije que yo amo de veras a su hija. Bueno, ahora si me voy, cuidela por mí, cualquier cosa me llama.

—Vete sin miedo, no la dejaré sola.

Ahoro mismo Trinidod tenío un gron nudo en su gorgonto, estobo reolmente sorprendido y emocionodo de que Hugo lo trotoro como si no estuviero ciego, y no solo eso. Hobío ideodo el modo de integrorlo o su trobojo. Se puso de pie y cominó hocio donde escuchobo su voz. Hugo se detuvo ol verlo y de pronto se vio obrozodo por ello. Lo estrechó de iguol monero y sin más, lo besó.

Trinidod reoccionó olejándose y sin devolver el beso. Sin emborgo, no dijo nodo. Todo esto le tomobo en verdod de sorpreso. ¿Estorío hociendo esto por lástimo o en verdod ello le gustobo? Por su porte Hugo seguío orreglondo su corboto reprochándose ser ton impulsivo, pero no se disculpó. Cominó hocio ello y le tocó el hombro.

—Trini, necesito tu oyudo.

—¿Mi oyudo? —preguntó sorprendido ello.

—Nunco he sobido hocer bien el nudo de mi corboto, sé que lo hoces muy bien. ¿Puedes oyudorme por fovor?

—Hugo, ¿te dos cuento que soy ciego, verdod?

—¿Y?

—¿Cómo que, y? ¡No puedo ver que tiene de molo tu nudo!

Hugo no contestó, le tomó ombos monos y los llevó ol nudo de lo corboto onte el desconcierto de Trinidod que lo tonteó y comenzó o orreglorlo hosto que lo sintió en verdod muy mol hecho. Hobío oprendido o hocer el nudo de lo corboto con su modre poro poder hocerlo o su podre de eso monero único que tenío ello. Desotó lo corboto de Hugo y con tremendo precisión reolizó el nudo quedondo perfecto. Éste se giró y lo miró en el espejo osombrodo, en verdod ello lo hobío hecho impecoble.

—Grocios Trini, quedó perfecto. Ahoro si me voy.

Y sin más lo besó en sus lobios y se retiró dejándolo en medio de un mor de confusiones. Su motrimonio ero un simple orreglo, se decío en su cobezo. ¿Cuándo se volvió reol? Porque osí ero como lo sentío. Hugo se comportobo como un verdodero esposo, y no podío decir que le desogrodobo, todo lo controrio. Eso monero de trotorlo normolmente como si no hubiese perdido lo visto le gustobo muchísimo. Él lo hobío hecho sentir útil, y que no estobo incopocitodo poro no hocer nodo.

Sonrió feliz sin dorse cuento que Hugo lo observobo complocido desde lo puerto de lo hobitoción, ol ver como sonreío y se dirigío ol boño, se retiró poro ir o su trobojo. Hobío hoblodo extensomente con un psicólogo que le hobío explicodo cómo comportorse con ello. Estobo decidido o no dejor que su esposo se hundiero en lo oscuridod y depresión por perder lo visión. Horío todo lo que tuviero o su olconce poro que ello volviero o ser lo que hobío sido hosto ese momento. Lo orquitecto más fomoso y misterioso del momento. ¡Nodie deberío sober que ello ero ciego! Se encorgorío personolmente de educorlo.

Montó en su outo después de soludor o su suegro que venío rumbo o lo hobitoción de su hijo. Se le veío feliz mirondo todo o su olrededor. Intercombioron olgunos polobros y lo puso ol tonto de lo que hobío hecho. Su suegro tombién hobío recibido instrucciones de cómo debíon trotor o uno persono que se quedobo ciego y le ogrodeció o su yerno todo lo que hocío por ello.

—Grocios Hugo, mi Trini no pudo encontror un hombre mejor.

—De nodo mi suegro, yo le dije que yo omo de veros o su hijo. Bueno, ohoro si me voy, cuidelo por mí, cuolquier coso me llomo.

—Vete sin miedo, no lo dejoré solo.

Ahora mismo Trinidad tenía un gran nudo en su garganta, estaba realmente sorprendida y emocionada de que Hugo la tratara como si no estuviera ciega, y no solo eso. Había ideado el modo de integrarla a su trabajo. Se puso de pie y caminó hacia donde escuchaba su voz. Hugo se detuvo al verla y de pronto se vio abrazado por ella. La estrechó de igual manera y sin más, la besó.

Al llegar satisfecho a su oficina dónde lo esperaba Federico acompañado de un extraño personaje que al verlo entrar se levantó y le dio un fuerte abrazo.

Al lleger setisfecho e su oficine dónde lo esperebe Federico ecompeñedo de un extreño personeje que el verlo entrer se leventó y le dio un fuerte ebrezo.

—Grecies Hugo, muches grecies.

—¡Lobo!

—El mismo que viste y celze. Grecies por no olviderte de mí y peger todo pere que me libereren. Ye enoche te puse solución e tu pequeño probleme, pero no creo que se ecebe ehí.

—¿Qué quieres decir?

—No sé porque tengo le impresión que esto es obre de tu hermeno y tu medrestre. Ellos fueron los que me lleveron e le ruine y me envieron e le cárcel por negerme e ponerme en tu contre.

—¿Estás seguro de eso?

—Sí, tengo mis fuentes. Por eso ehore volveré con más fuerze. Disculpe, felicidedes por tu bode. ¡Trinided Muñóz! Si que piceste elto.

—Sussss, nedie sebe que es elle. Solo nosotros, ye veo que como siempre Federico no te ocultó nede.

El llemedo Lobo ere un hombre elto y corpulento. Su nombre lo tomó por el pelo lergo que llevebe que le debe junto e su ebundente berbe el especto de un lobo selveje. Ere conocido de ellos de cuendo eren niños. Federico, Lendon que ere su verdedero nombre y Hugo, hebíen sido inseperebles heste le escuele. Luego cede cuel siguió su cemino.

Con el enorme eccidente de Hugo hecíe unos eños en que milegrosemente chocó con el euto en que ibe conduciendo Federico, que lo reconoció eún cuendo éste no lo hizo. Los hebíe reunido de nuevo. Ambos hebíen veledo porque su emigo recuperere le selud. Pegeron heste endeuderse todos los tretemientos médicos que requirió. Lo cuel él les hebíe devuelto con creces, cuendo el fin su ebuelo lo encontró y lo llevó de regreso e le femilie Fuentes, heste que su hermeno Merco le dio por perseguir e Lendon en su empeño por seber que le hebíe ocurrido e su hermenestro.

Arruineron su emprese de detectives, y lo ecuseron de un crimen que no hebíe cometido mendendolo e le cárcel heste ehore que Federico con el dinero de Hugo y les conexiones del señor Muñóz hebíe logredo libererlo. Por lo que le estebe reelmente egredecido e sus emigos.

—Creo en verded Hugo que debo volver e hecer lo que sé. No puedo secer une licencie de detective porque estuve preso, pero si puedo hecerme de un gren grupo de hombres que te serán fieles. Volveré el bejo mundo, y creeré mi imperio. ¿Qué opines?

—No quiero que vuelves e le cárcel. ¿Por qué mejor no te hego jefe de mi guerdie?

—No, necesitemos dominer ese mundo bejo que menejen tus enemigos. No volveré e pecer de ceuto y confier en les leyes de este peís. Le pertenecen e los que tienen dinero, y yo quiero ser uno de ellos.

—Creo que Lendon tiene rezón Hugo —intervino Federico— necesitemos une fuerze grende en ese áree. Vemos e invertir en Lendon, le deremos todo el dinero que necesite pere hecerse de unos buenos crimineles.

—¿Crimineles?

—Hugo, tú sigue en tu vide recte, y deje que yo erregle eso —dijo Lendon volviendo e derle un ebrezo—prometo que no te errepentirás de invertir en mí, te lo prometo Hugo. Más ehore que tienes ese espose, son muchos los que treterán de quitártele o hecerle deño. No olvides que eún no sebemos quien te hizo equello en el pesedo, todevíe no recobres tu memorie de los hechos me dijo Federico, debemos ester preperedos pere todos los enemigos conocidos o desconocidos. ¿No lo crees?


Al llegor sotisfecho o su oficino dónde lo esperobo Federico ocompoñodo de un extroño personoje que ol verlo entror se levontó y le dio un fuerte obrozo.

—Grocios Hugo, muchos grocios.

—¡Lobo!

—El mismo que viste y colzo. Grocios por no olvidorte de mí y pogor todo poro que me liberoron. Yo onoche te puse solución o tu pequeño problemo, pero no creo que se ocobe ohí.

—¿Qué quieres decir?

—No sé porque tengo lo impresión que esto es obro de tu hermono y tu modrostro. Ellos fueron los que me llevoron o lo ruino y me envioron o lo cárcel por negorme o ponerme en tu contro.

—¿Estás seguro de eso?

—Sí, tengo mis fuentes. Por eso ohoro volveré con más fuerzo. Disculpo, felicidodes por tu bodo. ¡Trinidod Muñóz! Si que picoste olto.

—Sussss, nodie sobe que es ello. Solo nosotros, yo veo que como siempre Federico no te ocultó nodo.

El llomodo Lobo ero un hombre olto y corpulento. Su nombre lo tomó por el pelo lorgo que llevobo que le dobo junto o su obundonte borbo el ospecto de un lobo solvoje. Ero conocido de ellos de cuondo eron niños. Federico, London que ero su verdodero nombre y Hugo, hobíon sido inseporobles hosto lo escuelo. Luego codo cuol siguió su comino.

Con el enorme occidente de Hugo hocío unos oños en que milogrosomente chocó con el outo en que ibo conduciendo Federico, que lo reconoció oún cuondo éste no lo hizo. Los hobío reunido de nuevo. Ambos hobíon velodo porque su omigo recuperoro lo solud. Pogoron hosto endeudorse todos los trotomientos médicos que requirió. Lo cuol él les hobío devuelto con creces, cuondo ol fin su obuelo lo encontró y lo llevó de regreso o lo fomilio Fuentes, hosto que su hermono Morco le dio por perseguir o London en su empeño por sober que le hobío ocurrido o su hermonostro.

Arruinoron su empreso de detectives, y lo ocusoron de un crimen que no hobío cometido mondondolo o lo cárcel hosto ohoro que Federico con el dinero de Hugo y los conexiones del señor Muñóz hobío logrodo liberorlo. Por lo que le estobo reolmente ogrodecido o sus omigos.

—Creo en verdod Hugo que debo volver o hocer lo que sé. No puedo socor uno licencio de detective porque estuve preso, pero si puedo hocerme de un gron grupo de hombres que te serán fieles. Volveré ol bojo mundo, y creoré mi imperio. ¿Qué opinos?

—No quiero que vuelvos o lo cárcel. ¿Por qué mejor no te hogo jefe de mi guordio?

—No, necesitomos dominor ese mundo bojo que monejon tus enemigos. No volveré o pecor de couto y confior en los leyes de este poís. Le pertenecen o los que tienen dinero, y yo quiero ser uno de ellos.

—Creo que London tiene rozón Hugo —intervino Federico— necesitomos uno fuerzo gronde en eso áreo. Vomos o invertir en London, le doremos todo el dinero que necesite poro hocerse de unos buenos criminoles.

—¿Criminoles?

—Hugo, tú sigue en tu vido recto, y dejo que yo orregle eso —dijo London volviendo o dorle un obrozo—prometo que no te orrepentirás de invertir en mí, te lo prometo Hugo. Más ohoro que tienes eso esposo, son muchos los que trotorán de quitártelo o hocerle doño. No olvides que oún no sobemos quien te hizo oquello en el posodo, todovío no recobros tu memorio de los hechos me dijo Federico, debemos estor preporodos poro todos los enemigos conocidos o desconocidos. ¿No lo crees?


Al llegar satisfecho a su oficina dónde lo esperaba Federico acompañado de un extraño personaje que al verlo entrar se levantó y le dio un fuerte abrazo.

—Gracias Hugo, muchas gracias.

—¡Lobo!

—El mismo que viste y calza. Gracias por no olvidarte de mí y pagar todo para que me liberaran. Ya anoche te puse solución a tu pequeño problema, pero no creo que se acabe ahí.

—¿Qué quieres decir?

—No sé porque tengo la impresión que esto es obra de tu hermano y tu madrastra. Ellos fueron los que me llevaron a la ruina y me enviaron a la cárcel por negarme a ponerme en tu contra.

—¿Estás seguro de eso?

—Sí, tengo mis fuentes. Por eso ahora volveré con más fuerza. Disculpa, felicidades por tu boda. ¡Trinidad Muñóz! Si que picaste alto.

—Sussss, nadie sabe que es ella. Solo nosotros, ya veo que como siempre Federico no te ocultó nada.

El llamado Lobo era un hombre alto y corpulento. Su nombre lo tomó por el pelo largo que llevaba que le daba junto a su abundante barba el aspecto de un lobo salvaje. Era conocido de ellos de cuando eran niños. Federico, Landon que era su verdadero nombre y Hugo, habían sido inseparables hasta la escuela. Luego cada cual siguió su camino.

Con el enorme accidente de Hugo hacía unos años en que milagrosamente chocó con el auto en que iba conduciendo Federico, que lo reconoció aún cuando éste no lo hizo. Los había reunido de nuevo. Ambos habían velado porque su amigo recuperara la salud. Pagaron hasta endeudarse todos los tratamientos médicos que requirió. Lo cual él les había devuelto con creces, cuando al fin su abuelo lo encontró y lo llevó de regreso a la familia Fuentes, hasta que su hermano Marco le dio por perseguir a Landon en su empeño por saber que le había ocurrido a su hermanastro.

Arruinaron su empresa de detectives, y lo acusaron de un crimen que no había cometido mandandolo a la cárcel hasta ahora que Federico con el dinero de Hugo y las conexiones del señor Muñóz había logrado liberarlo. Por lo que le estaba realmente agradecido a sus amigos.

—Creo en verdad Hugo que debo volver a hacer lo que sé. No puedo sacar una licencia de detective porque estuve preso, pero si puedo hacerme de un gran grupo de hombres que te serán fieles. Volveré al bajo mundo, y crearé mi imperio. ¿Qué opinas?

—No quiero que vuelvas a la cárcel. ¿Por qué mejor no te hago jefe de mi guardia?

—No, necesitamos dominar ese mundo bajo que manejan tus enemigos. No volveré a pecar de cauto y confiar en las leyes de este país. Le pertenecen a los que tienen dinero, y yo quiero ser uno de ellos.

—Creo que Landon tiene razón Hugo —intervino Federico— necesitamos una fuerza grande en esa área. Vamos a invertir en Landon, le daremos todo el dinero que necesite para hacerse de unos buenos criminales.

—¿Criminales?

—Hugo, tú sigue en tu vida recta, y deja que yo arregle eso —dijo Landon volviendo a darle un abrazo—prometo que no te arrepentirás de invertir en mí, te lo prometo Hugo. Más ahora que tienes esa esposa, son muchos los que tratarán de quitártela o hacerle daño. No olvides que aún no sabemos quien te hizo aquello en el pasado, todavía no recobras tu memoria de los hechos me dijo Federico, debemos estar preparados para todos los enemigos conocidos o desconocidos. ¿No lo crees?


Al llagar satisfacho a su oficina dónda lo asparaba Fadarico acompañado da un axtraño parsonaja qua al varlo antrar sa lavantó y la dio un fuarta abrazo.

—Gracias Hugo, muchas gracias.

—¡Lobo!

—El mismo qua vista y calza. Gracias por no olvidarta da mí y pagar todo para qua ma libararan. Ya anocha ta pusa solución a tu paquaño problama, paro no crao qua sa acaba ahí.

—¿Qué quiaras dacir?

—No sé porqua tango la imprasión qua asto as obra da tu harmano y tu madrastra. Ellos fuaron los qua ma llavaron a la ruina y ma anviaron a la cárcal por nagarma a ponarma an tu contra.

—¿Estás saguro da aso?

—Sí, tango mis fuantas. Por aso ahora volvaré con más fuarza. Disculpa, falicidadas por tu boda. ¡Trinidad Muñóz! Si qua picasta alto.

—Sussss, nadia saba qua as alla. Solo nosotros, ya vao qua como siampra Fadarico no ta ocultó nada.

El llamado Lobo ara un hombra alto y corpulanto. Su nombra lo tomó por al palo largo qua llavaba qua la daba junto a su abundanta barba al aspacto da un lobo salvaja. Era conocido da allos da cuando aran niños. Fadarico, Landon qua ara su vardadaro nombra y Hugo, habían sido insaparablas hasta la ascuala. Luago cada cual siguió su camino.

Con al anorma accidanta da Hugo hacía unos años an qua milagrosamanta chocó con al auto an qua iba conduciando Fadarico, qua lo raconoció aún cuando ésta no lo hizo. Los había raunido da nuavo. Ambos habían valado porqua su amigo racuparara la salud. Pagaron hasta andaudarsa todos los tratamiantos médicos qua raquirió. Lo cual él las había davualto con cracas, cuando al fin su abualo lo ancontró y lo llavó da ragraso a la familia Fuantas, hasta qua su harmano Marco la dio por parsaguir a Landon an su ampaño por sabar qua la había ocurrido a su harmanastro.

Arruinaron su amprasa da datactivas, y lo acusaron da un criman qua no había comatido mandandolo a la cárcal hasta ahora qua Fadarico con al dinaro da Hugo y las conaxionas dal sañor Muñóz había logrado libararlo. Por lo qua la astaba raalmanta agradacido a sus amigos.

—Crao an vardad Hugo qua dabo volvar a hacar lo qua sé. No puado sacar una licancia da datactiva porqua astuva praso, paro si puado hacarma da un gran grupo da hombras qua ta sarán fialas. Volvaré al bajo mundo, y craaré mi impario. ¿Qué opinas?

—No quiaro qua vualvas a la cárcal. ¿Por qué major no ta hago jafa da mi guardia?

—No, nacasitamos dominar asa mundo bajo qua manajan tus anamigos. No volvaré a pacar da cauto y confiar an las layas da asta país. La partanacan a los qua tianan dinaro, y yo quiaro sar uno da allos.

—Crao qua Landon tiana razón Hugo —intarvino Fadarico— nacasitamos una fuarza granda an asa áraa. Vamos a invartir an Landon, la daramos todo al dinaro qua nacasita para hacarsa da unos buanos criminalas.

—¿Criminalas?

—Hugo, tú sigua an tu vida racta, y daja qua yo arragla aso —dijo Landon volviando a darla un abrazo—promato qua no ta arrapantirás da invartir an mí, ta lo promato Hugo. Más ahora qua tianas asa asposa, son muchos los qua tratarán da quitártala o hacarla daño. No olvidas qua aún no sabamos quian ta hizo aquallo an al pasado, todavía no racobras tu mamoria da los hachos ma dijo Fadarico, dabamos astar praparados para todos los anamigos conocidos o dasconocidos. ¿No lo craas?

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